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Foto del escritorSantiago Morales

El origen de la actitud defensiva

Nuestra actitud defensiva no nos defiende de los demás, nos defiende de nosotros mismos

Para explicar el origen de la actitud defensiva me gustaría iniciar con un ejercicio de visualización. Imagina que un fin de semana decides realizar una caminata en solitario por la montaña. Quieres respirar aire puro, conectarte con la naturaleza y tener un momento de autorreflexión. Te alistas desde temprano y te lanzas a la aventura. Después de caminar un par de horas, te encuentras en una vereda en medio del bosque. De repente… de entre los arbustos te sale al paso un puma. Sí, un león de montaña, mamífero carnívoro de la familia felidae, nativo del continente americano. Es un animal grande, fuerte e imponente. Parece hambriento, con cara de pocos amigos y listo para atacarte. Y, a menos que reacciones y hagas algo, podrías ser su desayuno. ¿Qué harías en ese momento?


A. Corres

B. Buscas rápidamente alguna piedra o rama para defenderte

C. Te paralizas


Sin importar la decisión que tomes, su ejecución estará a cargo de tu “cerebro reptiliano”. Esa parte de tu cerebro encargada del instinto de supervivencia que controla las respuestas de modo correr/pelear/paralizarse y que, junto con el sistema límbico, conforman el cerebro emocional.



El cerebro reptiliano es la parte de nuestro sistema encargado de los mecanismos de defensa ante algún tipo de amenaza externa. Es la parte más antigua del cerebro, sus estructuras son muy similares a las del cerebro de los reptiles y los primeros vertebrados. Además de las funciones básicas de supervivencia, es el responsable de controlar procesos inconscientes como la respiración, la presión sanguínea, el equilibrio, entre otros.


¿Qué pasa cuándo percibimos algún tipo de amenaza?


Ante una amenaza externa, nuestro sistema de defensa se activa automáticamente, siguiendo esta secuencia:


1. EL CEREBRO EMOCIONAL TOMA EL CONTROL

  • El miedo activa nuestro sistema de supervivencia

  • Nos ponemos en modo: correr/pelear/paralizarnos

  • El cerebro comienza a mandar señales a todo el cuerpo

  • El cerebro racional se bloquea y nos preparamos para defendernos


2. COMIENZA EL ESTRÉS

  • Segregamos cortisol y adrenalina

  • Toda la energía de nuestro cuerpo se enfoca en la supervivencia


3. EL CUERPO SE ALTERA

  • El corazón comienza a latir más a prisa y se incrementa la presión sanguínea

  • Respiramos rápido y con dificultad

  • Nuestros músculos se ponen duros


Cuando esto sucede, estamos a la defensiva y permaneceremos en ese estado hasta que nuestros sentidos perciban que nos encontramos fuera de peligro.


¿Para qué sirve la actitud defensiva?


Nuestros sistemas internos de defensa son el resultado del desarrollo evolutivo. Han estado presentes desde del origen del hombre–empleados para defendernos de las amenazas del mundo primitivo–hasta el día de hoy, pues nos ayudan a lidiar con el estrés de vivir y crecer en un mundo del que no tenemos pleno control.


En la actualidad, se sabe que las actitudes de defensa individuales provienen de la historia de vida de cada persona. Sentirse insignificantes, incompetentes y menospreciados, son algunos de los temores inherentes a la condición social de las personas; para protegernos de estas sensaciones, creamos comportamientos específicos de defensa. Estas defensas se convierten en refugios que nos protegen de sentimientos incómodos o dolorosos. Sin un sistema de defensa, sería prácticamente imposible enfrentar las vicisitudes de la vida, sobre todo en la infancia y la adolescencia.


Una actitud defensiva siempre es resultado del miedo. ¡Siempre! Si alguien se comporta como un patán, actuando de manera defensiva, es preciso saber que esa persona se siente amenazada o temerosa. Cuando la gente se siente insignificante, incompetente o menospreciada, puede actuar de cierta manera para evitar esos sentimientos que le incomodan. Puede reaccionar de mil maneras para evitar o suprimir su malestar, como ironizar, exagerar, subir el tono de voz, hablar demasiado rápido, intelectualizar, dar demasiadas explicaciones, recurrir al sarcasmo, hacerse el gracioso, etc. Todos estos comportamientos son signos de una actitud defensiva.


El origen de la actitud defensiva es el miedo

El gran problema es que los sistemas de defensa pueden adquirir vida propia y controlar por completo la etapa adulta de las personas, pues no identifican que sus actitudes y comportamientos defensivos provienen de temores arcaicos y obsoletos. Los individuos exhiben su actitud defensiva con la misma naturalidad que cuando abren una puerta, corren, pasean en bicicleta o suben escaleras. Así pues, este comportamiento se ha convertido en algo automático y la mayor parte del tiempo la persona ni siquiera es consciente de lo que hace.


¿Cómo manejar la actitud defensiva?


Resulta particularmente difícil enfrentar la actitud defensiva, ya que es independiente de nuestro proceso de pensamiento racional, es autónoma e inconsciente por naturaleza. No somos conscientes de que nuestro comportamiento es una estrategia para defendernos de nosotros mismos y evitar nuestras propias sensaciones indeseables. Si pudiéramos identificar cuando esto ocurre, actuaríamos de manera diferente, porque el comportamiento y las actitudes defensivas inconscientes nunca son en nuestro beneficio.


Si exploramos de manera hábil y profunda, es posible aprender sobre los sentimientos para identificar los miedos subyacentes y aminorarlos. Crear una atmósfera que reduzca nuestras reacciones defensivas, así como las de los demás, es un gran recurso de colaboración.


En el siguiente artículo, Jim Tamm, explica algunas estrategias útiles para identificar y controlar la actitud defensiva.



Poner en práctica estas recomendaciones te será de mucha utilidad


 

Santiago Morales es egresado de la carrera de Ingeniería Industrial en la Facultad de Ingeniería de la UNAM. Por más de 15 años se ha enfocado en la administración de proyectos de I+D, en la inteligencia de mercado para firmas de ingeniería y en el diseño y ejecución de estrategias comerciales para la industria de los deportes masivos. Es instructor certificado en Colaboración Radical y actualmente se desempeña como consultor y facilitador en liderazgo gerencial, desarrollo de equipos y colaboración.

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